Si bien mi relación con el doctor Ruy Pérez Tamayo ha sido más a través de sus libros que mediante el trato personal, he tenido la fortuna de conversar con él brevemente en más de una ocasión. Por ejemplo, recuerdo haberlo hecho durante una cena de profesores en el extraordinario restaurante poblano Las Bodegas del Molino, invitado por el doctor Sergio Sánchez Sosa, cuya hospitalidad y fama de bon vivant son legendarias y están a la altura de su merecida fama de extraordinario patólogo.
Posteriormente, coincidí con el doctor Pérez Tamayo en la sala de espera de algún aeropuerto y, últimamente, en algunas sesiones del Colegio de Bioética. Aunque nuestros contactos han sido esporádicos, varias veces me ha enviado como regalo cajas con sus libros (algunos con dedicatoria y autógrafo) que, sumados a los que yo he ido adquiriendo a lo largo de los años, constituyen hoy un rico legado en el que sigo encontrando perlas preciosas que son el fruto de su experiencia y sabiduría.
Tengo la impresión de que uno escribe, por lo menos en parte, como consecuencia de su afición a la lectura. En el caso del doctor Pérez Tamayo, esto es más que evidente, pues en sus libros y artículos menudean las referencias a las obras de otros autores. Como hombre de letras e intelectual destacado, ha presentado numerosos libros. Y como todo lo que hace lo plasma por escrito, uno puede beneficiarse de esas referencias y conocer, aunque sea de manera indirecta, a muchos autores más a través de lo que sobre ellos y sus obras nos cuenta Ruy Pérez Tamayo.
Un buen ejemplo de lo anterior es el libro titulado De muchos libros (2011), editado por el Fondo de Cultura Económica y el Colegio Nacional. A diferencia de muchas de sus obras, dedicadas a su esposa la doctora Irmgard Montfort (fallecida en 2008), en esta ocasión la dedicatoria es triple: a los escritores Gonzalo Celorio y Carlos Montemayor y a su colega de profesión médica y literaria Francisco González Crussí, a quienes llama “grandes señores, grandes autores y grandes amigos”. Fue precisamente Carlos Montemayor quien el 23 de abril de 1987 respondió el discurso de ingreso del Dr. Pérez Tamayo a la Academia Mexicana de la Lengua. Un discurso cuyo título es toda una declaración de su dilatado quehacer: Medicina y cultura.
De muchos libros se divide en tres partes. En la primera recoge 56 artículos escritos por él sobre libros de su interés, la segunda consta de 28 presentaciones de otros tantos libros y la tercera corresponde 16 prólogos que escribió en diferentes libros de otros autores. Siguiendo como único criterio el haberlos leído yo mismo, voy a seleccionar un ejemplo de cada parte para ilustrar brevemente esta obra en la que Ruy Pérez Tamayo tan claramente demuestra su vasta erudición.
Para no negar la cruz de mi parroquia (la primigenia, quiero decir), ilustraremos la primera parte de De muchos libros con los dos capítulos que le dedica a Hernán Cortés, la biografía sobre el conquistador de José Luis Martínez, que es para mí la mejor que existe. Después de haberla leído, pude localizar y visitar el lugar donde reposan sus restos en una de las paredes laterales del altar de la Iglesia de Jesús Nazareno en la Ciudad de México, anexa al Hospital de Jesús, el más antiguo del continente americano, fundado por el propio Cortés en 1524.
Ruy Pérez Tamayo se refiere a José Luis Martínez como “Homo cultissimus, gran escritor, director de la Academia Mexicana de la Lengua y generoso amigo”. Y dice que su libro debería titularse “Todo lo que usted quería saber sobre Hernán Cortés y no se atrevía a preguntarlo”. Dan fe de la exhaustiva investigación de José Luis Martínez los cuatro volúmenes que acompañan a la biografía y que llevan el título colectivo de Documentos cortesianos. Al final de su reseña, el doctor Pérez Tamayo dice lo siguiente: “El Hernán Cortés de José Luis Martínez es el relato más equilibrado y erudito de la vida del conquistador español y de la epopeya que dio origen a México y a los mexicanos, escrito con toda propiedad y elegancia pero en tono menor, como debe ser cuando se escriben las obras cuyo contenido es grandioso y resuena por sí mismo, como Beethoven escribió su novena sinfonía en re menor”.
Como ejemplo de la segunda parte (presentaciones de libros), he escogido Morir antes de morir. El tiempo Alzheimer (2007) de Arnoldo Kraus, médico reumatólogo y, junto con el doctor Pérez Tamayo y otros más, fundador del Colegio de Bioética. Ya señalé en la primera parte de esta entrada que ambos escribieron el Diccionario incompleto de bioética. El doctor Kraus inicia su libro con estas desgarradoras palabras: “Mi padre murió cuatro meses antes de haber muerto. Y aunque mi madre aún vive, desde hace tiempo pesa más el dolor que la vida. Ambos enfermaron hasta derruirse. A Moisés lo devoró la enfermedad de Alzheimer. Se tragó su cabeza y destrozó su cuerpo. Se comió su ser y fracturó las porciones más humanas de su persona. Lo deformó, lo golpeó, lo disminuyó y lo alejó del mundo de las palabras y de la tierra de la conciencia. Antes de morir, su vida no era más que un puñado de respiraciones irregulares y un continuo lamento que nos permitía saber que aún estaba vivo. Hacia el final, mi padre vivió la vida como una ausencia”.
En los párrafos que al libro y al propio Arnoldo le dedica Ruy Pérez Tamayo espigo algunas frases: “Está muy bien escrito, en el estilo muy personal del autor, que ya conozco bien, frases breves, bien construidas y emotivas, pero con frecuencia inconexas con lo que las precede y con las que siguen. Ráfagas de pensamiento, en vez de razonamientos lógicos y concatenados”. “El poema ‘La muerte detenida’, que se presenta en fragmentos como epígrafes de cada capítulo y al final completo, vale la pena todo el libro. Escrito en forma libre y no rimada, sin métrica reconocible, es una ‘canción desesperada’ a la muerte de un padre que no llega a tiempo, que se tarda cuatro meses en terminar de morirse después de haberse muerto, y que en ese lapso dolorosamente largo produce una experiencia vital inolvidable en los que deja”.
Al final, siempre dirigiéndose al autor y amigo en primera persona, le confirma que con este testimonio doloroso y con otro libro que Arnoldo escribió dos años antes (¿Quién hablará por ti? Un recuerdo del Holocausto en Polonia), la deuda con sus progenitores, sobrevivientes del horror nazi, está saldada. Le recomienda que de ahora en adelante enfoque su creatividad literaria en su propio tiempo y vida. Sé de primera mano que Arnoldo ha seguido esos consejos. Como mi colección de obras del doctor Pérez Tamayo, también leo y atesoro los libros de mi amigo Arnoldo Kraus Weisman.
De la tercera parte de De muchos libros, la dedicada a los prólogos escritos en las obras de otros autores, tomo el de Partir es morir un poco (1989), la interesante autobiografía del doctor Francisco González Crussí. Además de haberla leído, selecciono esta obra porque a mí me la descubrió (como tantas otras cosas extraordinarias y sorprendentes) el doctor Óscar Larraza Hernández (q.e.p.d.) una tarde en la que, después de comer en un restaurante llamado El discreto encanto del comer (sólo Óscar sabía de lugares así), que estuvo ubicado en la Colonia Roma, me llevó a tomar los postres y el café al restaurante de la Casa Lamm, reconocido centro cultural con una librería en donde me recomendó la adquisición del libro del doctor González Crussí.
Dado que Francisco González Crussí es un médico mexicano que emigró para continuar sus estudios en los Estados Unidos de Norteamérica, donde reside y ha hecho toda su carrera profesional, en el prólogo de su autobiografía el doctor Pérez Tamayo empieza explicando las razones históricas por las que muchos médicos mexicanos (incluyendo él mismo) emigraron a aquel país, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando, tras las dos Guerras Mundiales, el epicentro de la medicina pasó de Europa a los Estados Unidos.
Y se refiere así a Partir es morir un poco: “Su atractivo estriba no sólo en el repaso de los distintos episodios de que consta la historia, algunos jocosos y otros trágicos, sino también en el manejo sabio y elegante del lenguaje castellano, que al autor posee y exhibe con gran soltura. El doctor González Crussí no es ningún recién llegado a la república de las letras; antes de este ya ha publicado media docena de libros de ensayos sobre diferentes temas, algunos médicos y otros no tanto, escritos en el idioma de Shakespeare, que han merecido el aplauso unánime de los críticos no sólo por su erudición, que es realmente asombrosa, sino por su manejo magistral del inglés […] Entrelazada con esta epopeya de su formación como médico especialista hay otra, la de su vida personal y familiar, que finalmente resulta trágica, no porque sea muy distinta de la de otros más afortunados sino simplemente porque así es la vida, y la vida es trágica. Sin embargo, el doctor González Crussí se enfrenta a la adversidad con entereza y valentía, lo que al final se traduce en la serenidad que le permite mirar hacia atrás y compartir con nosotros algunos recuerdos de su vida en forma ecuánime”.
Con esto concluyo la segunda parte y última de esta entrada que he escrito como un sencillo homenaje al doctor Ruy Pérez Tamayo, maestro de tantos y tantos médicos, patólogos y científicos de México y del extranjero, que bien merece el título principesco con el que otro grande de la Anatomía Patológica lo llamó en aquel inolvidable congreso de 1992 que vivimos (y algunos dicen que sobrevivimos) en Metepec, Puebla.
Publicado por: Luis Muñoz Fernández