Yo no tuve la fortuna de ser alumno directo del doctor Ruy Pérez Tamayo, sin embargo, lo he sido a la distancia desde 1985, cuando ingresé como pasante de servicio social al Departamento de Gastroenterología del entonces Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán bajo la bondadosa, generosa e inolvidable tutoría del doctor José de Jesús Villalobos Pérez (1923-2020).
Fue justamente en esa época cuando descubrí los libros del doctor Pérez Tamayo en los anaqueles de tres vendedores de libros ubicados en el pasillo que conducía a las oficinas del Departamento de Enseñanza del hoy Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán. De los tres vendedores de libros (una mujer y dos hombres), sólo recuerdo el nombre del señor Jorge García (q.e.p.d.), cuya tradición librera continúa hoy en la persona de su hijo, con el que sigo manteniendo una buena aunque esporádica amistad. A todos ellos les debo horas de gozo y aprendizaje infinitas gracias a los libros que me vendieron.
Y es a través de la lectura de los libros del doctor Pérez Tamayo como puedo decir hoy que he sido su alumno a la distancia. Desde Serendipia. Ensayos sobre ciencia, medicina y otros sueños (1980) hasta la publicación en el momento de escribir estas líneas del volumen 25 (se publicó primero el 26) de la recopilación de sus obras en una edición espléndida preparada primorosamente por El Colegio Nacional.
Ya relaté en otro sitio la viva impresión que me produjo enterarme por primera vez que las verdades científicas son siempre relativas y, no pocas veces, provisionales. Reproduzco aquí cómo lo conté en aquel artículo titulado La revelación en el metro, publicado en el primer volumen de Mesa de autopsias. Reflexiones de un patólogo provinciano:
“Aunque ya había conocido al doctor Pérez Tamayo personalmente durante una breve e infructuosa entrevista que había sostenido con él al pretender sin éxito hacer el servicio social bajo su tutela, recuerdo con claridad la primera vez que sus palabras me sacudieron como un latigazo. Fue una ocasión viajando en el metro y leyendo uno de sus ensayos para aprovechar el tiempo del trayecto subterráneo. El escrito, que acompañaba en un delgado volumen a otros dos de Leonardo Viniegra y de Juan García Ramos (Ciencia y filosofía: tres ensayos), se titula Estructura del pensamiento científico y la frase que me cimbró es la siguiente: ‘Desde Hume, la ciencia ha renunciado a poseer un conocimiento absolutamente cierto y necesario de la Naturaleza y ha tenido que conformarse con la probabilidad como la única esfera en que puede enunciar sus leyes, principios y teorías’. Para un joven inquieto que soñaba con la ciencia, la frase rebotó en varias áreas de mi cerebro y me produjo tal estupefacción que temo haber abierto la boca como un tonto ante los demás viajeros del sistema colectivo de transporte. Depositado el cieno mental que agitaron las palabras del doctor Pérez Tamayo, me embargó una sensación de bienestar, de alivio, al comprender que la ciencia no aspira a la verdad absoluta, que abriga ambiciones más modestas, tal vez al alcance de una mente regular como la mía. ¡Vanas esperanzas! Con el paso de los años, mis aspiraciones juveniles acerca de la ciencia devinieron en la actividad mucho más sencilla y rutinaria del médico anatomopatólogo dedicado al diagnóstico”.
Además de escribir sobre los temas de la Anatomía Patológica, incluyendo artículos científicos fruto de sus investigaciones sobre los mecanismos de varias enfermedades, el doctor Perez Tamayo ha escrito para fortuna de la comunidad médica y, particularmente, el gremio de los médicos anatomopatólogos, numerosos libros y recopilaciones de sus artículos en la prensa y las revistas médicas, cuyos temas abarcan desde la autobiografía (La segunda vuelta), a la historia de la medicina (El concepto de enfermedad, del que existe una versión resumida titulada De la magia primitiva de la medicina moderna), cuya lectura íntegra recomiendo a mis alumnos de la materia Historia y Filosofía de la Medicina que imparto en semestres alternos con Bioética en la Escuela de Medicina de la Universidad Cuauhtémoc Campus Aguascalientes.
Mención especial merecen sus libros sobre ética médica y bioética, entre otros, Ética médica laica y el Diccionario incompleto de bioética (con Arnoldo Kraus). El doctor Perez Tamayo ha hecho contribuciones seminales a la bioética en México. Fue miembro fundador y primer presidente del Colegio de Bioética, A.C., una agrupación multidisciplinaria que impulsa el estudio de los temas que abarca esta disciplina desde un punto de vista laico. Fue precisamente en el Colegio de Bioética, al que ingresé como miembro en 2016, donde he podido coincidir personalmente con el doctor Pérez Tamayo.
Los miembros del Colegio de Bioética le brindamos un homenaje el 3 de junio de 2019 con una serie de conferencias que impartimos en el Instituto de Fisiología Celular de la UNAM para celebrar sus enseñanzas y amistad. Al final, nos tomamos una foto con él:
Descendiente de una verdadera genealogía intelectual de genios, Giovanni Battista Morgagni (1682-1771) fue discípulo de Antonio Maria Valsalva, quien a su vez lo fue de Marcello Malpighi. En estos días, cuando los epónimos van de retirada y los profesores los enseñan cada vez menos en las escuelas de medicina, sus apellidos siguen vinculados indisolublemente a las estructuras anatómicas que describieron y a las maniobras que inventaron.
El doctor Ruy Pérez Tamayo nos cuenta en su Historia de diez gigantes, un compendio de diez biografías de grandes patólogos, que en 1769 los alumnos alemanes de Morgagni en la Universidad de Padua, donde desarrolló la mayor parte de su carrera docente y científica, lo proclamaron públicamente anatomicorum totius europae princeps, algo así como “el príncipe absoluto de la anatomía europea”, y que en sus últimos años se le conocía en toda Italia como “Su Majestad Anatómica”.
Si la memoria no me falla, fue en la Reunión en Provincia (así se llamaban entonces) de la Asociación Mexicana de Patólogos, A.C. (hoy Colegio y Asociación Mexicana de Patólogos, A.C.) que se celebró en Metepec, Puebla, en 1992, cuando el doctor Horacio Oliva Aldamiz, distinguido patólogo español que ya nos había dado una conferencia extraordinaria titulada Cuando los quetzales dejaron de cantar para conmemorar los 500 años del “Encuentro entre los dos mundos”, se refirió al doctor Pérez Tamayo como el “Príncipe de la Anatomía Patológica”.
Pues bien, seguiremos comentando algunos de sus libros en la segunda parte de esta entrada.
Publicado por: Luis Muñoz Fernández