Parece una verdad de Perogrullo, pero no lo es. Y significa muchas cosas. Por ejemplo, el común de los mortales lo ignora, algunos médicos poco avisados no lo saben o ya lo olvidaron. Siendo trágico lo anterior, es particularmente doloroso saber que ciertos patólogos no parecen actuar en consecuencia. Me adelanto a las voces airadas de los colegas que, habiendo leído la última frase, se sientan ofendidos e indignados. Permítanme explicarme.
El recordar siempre que los patólogos somos médicos es muy importante. Porque aunque habitualmente no tengamos un trato directo con el paciente y no ejerzamos cotidianamente la medicina clínica, trabajamos para servir a los pacientes a través de la información que le proporcionamos a sus médicos tratantes. Aunque suene presuntuoso, somos “los médicos de los médicos”, es decir, que somos el sólido pilar de la ciencia médica en el que los médicos clínicos y los cirujanos se pueden apoyar a la hora de diagnosticar y tratar a sus enfermos.
Siempre tener presente que somos médicos tiene varias consecuencias. Una de las más satisfactorias es hablarles de tú a tú a los demás colegas, independientemente de la especialidad que cultiven, haciendo a un lado cualquier sentimiento de inferioridad. Somos un equipo en el que la complejidad y dificultad de los problemas a los que nos enfrentamos no nos permiten darnos el lujo de considerar que algunos especialistas son superiores a otros. Todos necesitamos de todos como iguales.
La otra consecuencia es que, como el resto del gremio médico, los patólogos debemos honrar el código de ética o deontología de la profesión. Y en algunas versiones de este código, como en la de la Organización Médica Colegial de España, se expresa con toda claridad y contundencia que “la principal lealtad del médico es la que le debe a su paciente y la salud de este debe anteponerse a cualquier otra conveniencia”.
Recordar que nuestra principal lealtad está con el paciente, incluso por encima de la que le debemos en justa correspondencia al médico tratante, es fundamental. Eso significa que no podemos hacer distinciones ni incurrir en discriminaciones con ningún enfermo. Y es exquisitamente cierto para quienes trabajamos en la medicina pública, pues los pacientes que ahí se atienden provienen casi siempre de los sectores más desfavorecidos y más vulnerables de nuestra sociedad. Son aquellos que por carecer de recursos económicos y de relaciones sociales no tienen voz y, por lo mismo, no se quejan, acostumbrados como están a callar por una discriminación secular de la que los patólogos no podemos formar parte. Les debemos el mismo esmero y diligencia que a los pacientes de la medicina privada.
La Medicina es una y el patólogo es un médico.
Luis Muñoz