No sé si se lo escuché a alguien o si lo leí en alguna parte, pero estoy de acuerdo con que la descripción precisa, tanto macroscópica como microscópica, representa al menos la mitad de un buen diagnóstico.
Todos los oficios y profesiones tienen sus maestrías, aquellas actitudes y destrezas que el buen ejecutante perfecciona incesantemente, incluso en las etapas postreras de su vida profesional. Tanto en la medicina clínica como en la anatomía patológica, la descripción es una de esas maestrías. Desafortunadamente, tengo la impresión de que se ejerce cada vez menos.
La buena descripción es fruto de la mirada atenta, eso que Josep Maria Esquirol ha descrito tan bien en su libro El respeto o la mirada atenta. Una ética para la era de la ciencia y la tecnología: “la esencia del respeto es la mirada atenta”. Por eso dice el filósofo catalán que en español “tratar a alguien con miramiento” significa tratarlo con respeto. La mirada atenta es una mirada ética.
La buena descripción no se da automáticamente, requiere tiempo y concentración y por eso conspira contra esta época en la que la velocidad se considera la suprema virtud. En las historias clínicas, la sustitución del relato tradicional por listas de cotejo o verificación (las famosas checklists) es una expresión del culto a la prisa y, desde luego, de la religión de la eficiencia. Incluimos en la lista aquello que consideramos indispensable por temor a que se nos olvide. Dejamos de ejercitar la memoria porque hoy es sospechosa. Se la considera una forma demasiado elemental de inteligencia (“la inteligencia de los tontos”).
A los alumnos de Medicina les digo que deben aprender a redactar las historias clínicas para que puedan ser leídas como novelas. Es decir, que deben aspirar a alcanzar en sus relatos clínicos la calidad de la literatura. Reconozco que hoy esa aspiración es puro anacronismo. No va con estos tiempos… es una pérdida de tiempo.
Lo mismo pienso de nuestros reportes de Patología. Tiempo atrás discutía con una colega sobre la necesidad de incluir la descripción microscópica en aquellos casos en los que no debe soslayarse: tumores malignos, lesiones hepáticas, nefropatías, etc. Me contestó que lo consideraba innecesario porque los médicos clínicos nunca leen nuestras descripciones. Entonces le expliqué que no debíamos describir pensando en si los médicos van a leer o no lo que escribimos, sino porque describir es una de las maestrías de nuestra profesión, algo que define lo que somos y el trabajo en el que nos suponemos expertos. Debemos hacerlo por nosotros, no por nuestros lectores. Me temo que no la convencí.
La ausencia de descripciones es una muestra de empobrecimiento profesional. Pensándolo bien, lo que acabo de escribir puede ser también un anacronismo más. La descripción es mera subjetividad y hoy le tenemos horror a lo subjetivo. Tanto, que todas las técnicas son un esfuerzo por dotar de objetividad al análisis morfológico que ha sido el trabajo habitual del patólogo. ¿Para qué seguir insistiendo a las nuevas generaciones en el cultivo esmerado de la morfología si disponemos de un número casi infinito de anticuerpos y sondas de ácidos nucleicos?
Hubo una época en la que se decía que los patólogos y su maestría morfológica tenían la última palabra. Hoy sólo con eso ya no somos de fiar. Lo dicho, puro anacronismo.
Luis Muñoz